Saludos desde la patria de Santa Claus

Efectivamente no estamos en Francfort, a pesar de que la atmósfera que se vive con el Mundial de Fútbol transformó por completo a la ciudad y la dejó sumida en un verdadero carnaval. La pantalla gigante en medio del río y las tribunas dispuestas en los parques ribereños fueron un completo acierto. Así y todo, nosotros tomamos un avión para relajarnos por un par de días y ayer aterrizamos en Finlandia. Pese a que el país no tiene fama de frío, sino más bien de polar, tenemos agradables 25 grados. El cielo tiene un azul intenso, surcado sólo de cuando en cuando por una nube, y la luz solar parece eterna. Ya se acerca el solsticio y a pesar de que acá no se vive el sol de medianoche, parece que la oscuridad no dura más de un par de horas para dar nuevamente paso al día.

Helsinki, la capital, es una ciudad es más bien pequeña (560 mil hab. y 1,2 millones en el área metropolitana), aunque realmente interesante. Destacan sus tiendas con artículos de diseño, que si bien son muy caras, al menos sirven para ver todo tipo de “artefactos” poco convencionales.

Los finlandeses hablan un idioma rarísimo para nuestros oídos, pero todo el mundo habla inglés casi a nivel de nativo, lo que me llega a avergonzar. Ni me atrevería a preguntar si alguien habla alemán. El sueco es la segunda lengua oficial y bueno, por su parecido al alemán, al menos podemos descifrar los avisos de la calle.

Finlandia estuvo en manos de los suecos, luego de los rusos y sólo en el 1917 logró su independencia. Por ese motivo, uno se encuentra con iglesias ortodoxas, tiendas de souvenires de Rusia, etc. La arquitectura de la ciudad también es variada y hay barrios realmente interesantes. Y bueno, como el país es helado la gran parte del año, se ven locales para tomar café, cerveza o vodka por todos lados. Los precios son algo más caros que en Alemania, pero en el mercado ubicado al frente del ayuntamiento y el palacio presidencial se come rico y barato, mientras a lo lejos los enormes ferries que van a Estocolmo y Tallin van y vienen por la bahía y ponen la nota de internacionalidad. Un poco más arriba la enorme catedral blanca domina la vista del lugar. Majestuosa e imponente por fuera, fría y estéril por dentro. Todo lo contrario a la catedral de Uspenski, bellamente decorada de arte religioso ortodoxo, que pareciera ser posible cerrar los ojos para sentirse en San Petersburgo o Moscú.

Mañana seguiremos recorriendo y quizás vamos a unas islas. Ahora son las 23:45, el sol ya se puso hace un rato, pero sigue tan claro, como si fueran las ocho de la noche de un atardecer de verano en una capital del hemisferio sur.